Industrialización de la América Latina
Autonomía y regionalismo
CARTA ABIERTA dirigida por el doctor Redro Figari al Excuio. señor
Una gran inicia-
tiva del Uruguay
Presidente déla República Orieutal del l'rugiia), doctor Baltasar
Krum, y a los señores miembros del H. Consejo Nacional de Ad-
ministración que integran el Poder Ejecutivo : doctor Feliciano
\ lera. Presidente: doctor Ricardo J. Areco ; doctor Domingo
Arena: doctor C arlos A. Rerro : don Pedro Cosío: doctor Martin
C. Martíiioz: don Sautiago Ritas: doctor Francisco Soca; doctor
Alfredo Vásquez Acevedo, Vocales.
Distinguido compatriota:
♦
La paz que se quiere erigir sobre los duros
aleccionamientos de la guerra enorme y sangrienta
que está a punto de terminar, indica a la Amé-
rica Latina, más que la conveniencia, la necesidad
de industrializarse. Lo que antes se aconsejaba
como acto de previsión juiciosa, es hoy un man-
dato imperativo que formulan los acontecimientos
con toda precisión. Si pudo haber alguna ¡duda
acerca de que tal necesidad era perentoria! 'tam-
bién para nosotros, como lo ha sido siempre
para toda agrupación humana, y tanto más chanto
más ésta pretenda marchar en el plano de los
progresos que realizan los pueblos afanosos de
adelanto, dicha duda se disipa al ver cómo se
esmeran las propias naciones combatientes, las
más aptas inclusas, para reformar y ampliar sus
métodos de producción industrial y de cualquier
otro género, si bien más eminentemente indus-
trial que nada, seguros de que la paz traerá con-
sigo una vida de trabajo, de trabajo intenso, de
viva emulación productora en todos los terrenos
de la acción constructiva, y de concurrencia em-
peñosa.
De tal modo es impostergable esta obra, la
más fundamental que en la hora presente plantean
los acontecimientos a los pueblos de la América
del Sud (cuyo atraso en esta materia resalta al
compararlos con los del Norte); es de tal modo
inaplazable, digo, que podría ser sintetizada con
el dilema siguiente: «O nos industrializamos, o
nos industrializan . » Se ha puesto ya tan mani-
fiestamente la mira de la iniciativa extranjera
sobre nosotros, sobre nuestras riquezas regio-
nales, mejor dicho, que nadie hace misterio de
que son estas comarcas las que han de repo-
nerlos principalmente de sus quebrantos. Se
exhorta a los técnicos y estudiosos a examinar
los problemas que demanda la explotación de
nuestros filones y veneros preciosos ; se forman
comités para explorar estos territorios opulentos
librados a nuestra desidia, - los mismos. que co-
nocen ya mejor que nosotros, tal vez, en lo que
atañe a riquezas materiales, por lo menos,— y como
esta conquista, por su propia índole, no puede
ser resistida eficazmente más que ~>r i 'v
oe nuestra suficiencia, por mmwa lUoneioau, y
hasta estólido sería resistirla por otros arbftridl
aunque fuese posible, tendremos que bajar U
cerviz como inferiores, ineptos para la empresa
de nuestro desenvolvimiento integral y de nuestro
propio enriquecimiento a obtenerse con los cau-
dales acumulados en nuestra propia casa, diríase.
Si no tomamos disposiciones inmediatas no po-
dremos asumir iniciativas, y, quizá, ni siquiera
colaborar directivamente, tocándonos el subalterno
papel de manuales o amanuenses en esa empresa
que debiera ser particularmente nuestra, para
poner en alto nuestra dignidad por lo menos.
Fácilmente se comprenderá que en nuestro incon-
dicionalismo desamparado ante tal cúmulo de
concupiscencias, no hay que esperar honor ni
provecho.
.‘Habiendo, como hay, calidades tan estimables
en la complexión étnica de estos pueblos, y de
tan fácil cultivo; habiendo, además, como hay,
muchos estudiosos, no sólo competentes, sino
eximios; dejarlos dispersos en la hora de las
emancipaciones a lograrse por el estudio y el
trabajo, inhabilitados para ‘sumar y hasta para
compulsar sus fuerzas, es abandonar dicha obra
a las presiones exteriores, las que no consul-
tarán nada más ni mejor que su propio interés,
2 PEDRO FIOARI, H INDUSTRIALIZACIÓN DE LA AMÉRICA LATINA J AUTONOMÍA Y REGIONALISMO □
y es dejarla exenta de todo sello propio, de toda
individualidad regional: colmo de incuria y colmo
de imprevisión.
Si no pudiésemos hacer obra propia, así mismo,
deberíamos tentarlo, hasta por decoro, si somos
pueblos y no colonias inorgánicas libradas al
azar. Nuestra pasividad frente a esta gran sa-
cudida que lo transformará todo, haría pensar: o
bien que no sabemos evaluarlas circunstancias;
o bien que nada nos importan nuestros destinos
como sudamericanos. Es una defección, que iría
contra el sentimiento forjado en la racionalísima
convicción que inspira al panamericanismo, que
se yergue como un alto anhelo, al extremo de
que lo privaría de sentido, del más hondo sen-
tido que pueda alimentarle: el culto de la indi-
vidualidad americana. Si se trata de nuestra
industrialización, nada menos que de arbitrar el
empleo de nuestras aptitudes y recursos, se com-
prende que ella debe ser todo lo nuestra que
sfca- posible, no sólo para ser más eficaz, sino
también para ser más digna.
Propongo, pues, que este país asuma la ini-
ciativa de tan bella empresa continental, invi-
tando a todos los pueblos hermanos de la
región a organizarse con el propósito indi-
cado, y adoptando todas las medidas que fue-
ren requeridas para llevarla a buen término.
nuestro? conterráneos y por nosotros; todas las
Investigaciones y observaciones realizadas por
los estudiosos de Sud - América, todo debe ser
puesto a contribución ; y no sólo me refiero a la
obra, sino a los hombres del continente, que, en
cualquier orden de conocimientos y culturas uti-
lizables en tan vasta y compleja empresa como
es la de la industrialización de la América Vir-
gen. puedan aportar concurso apreciable. Y me
atrevo a afirmar que tales aportes son muchos,
muchísimos más, y, a la vez, de mayor volumen
de lo que se piensa generalmente.
Por lo menos, éste es el deber de la hora ac-
tual para todos nosotros. Si el fracaso — lo que
excluimos de nuestro pensamiento — hubiese de
ser nuestra recompensa, aun así tendríamos la
satisfacción de haber intentado en tan grave
emergencia un medio, el más racional, de salvar
nuestra dignidad, — ¡no hablemos de los ingen-
tes intereses de toda clase que comporta la em-
presa ! — y aquello solo es algo ya, en tanto que
nuestra indiferencia sobre una cuestión de tal
magnitud sería sencillamente inexcusable.
No es razonable dudar de la importancia y
trascendencia de este asunto. La gran fuerza de
Alemania, que tanto asombró al mundo, fué jus-
tamente su enorme y hábil capacidad industrial.
Para lograr su desarrollo, el gobierno y el pueblo
se auxiliaban recíprocamente. Por medio de ofici-
nas públicas e instituciones privadas dispuestas
a fomentar y enriquecer las fuentes de produc-
ción nacional, despertaron, secundaron y facilita-
ron las iniciativas, aconsejando también reformas
en las usinas y talleres existentes, y promoviendo
constantemente nuevas formas y progresos in-
dustriales, de todo lo cual resultó el rápido y
admirable florecimiento de Alemania, esencial-
mente industrial, que tanto sorprendió a todos, y
que hasta desconcertó a los más expertos. No
es que los demás pueblos no supiesen o no
pudieran trabajar con ¡guales resultados; lo que
ocurrió es que éstos no se interesaron oportu-
namente en realizar esa obra perenne de rectifica-
ción de los usos tradicionales, para adecuarlos a
las exigencias que plantea cada actualidad.
Así fué que quedaron rezagados y languide-
cieron sus industrias, en tanto que Alemania lo
renovaba todo, utilizando los propios elementos
de sus émulos en provecho de sí misma, y lle-
gaba a un cénit tal su poderío y su vigor, que
sólo pudo declinar ante la monstruosidad del
plan de subordinar aquella obra magnífica a una
megalomanía, de tal modo absurda, que coligó
a todos los pueblos de la tierra, puede decirse,
para ^batirla; y así mismo, esto se consiguió a
ilnruá npna<. :Tan efi ciente es la qiltnra inri-i;^,
trial ile un pueblo!
Norte- América, a la que tan ingenuamente se
consideró, hasta poco ha, como vulgar cultora del
dólar, ¿a qué debe su enriquecimiento y su en-
grandecimiento integral? A su industria, funda-
mentalmente. ¿Ya qué se debe el desarrollo in-
dustrial norteamericano, que ha demostrado la
eficiencia de ese gran pueblo en todos los te-
rrenos del pensamiento y de la acción? A sus
métodos de educación, que forman al hombre
apto para vivir democráticamente, esto es, con
altivez republicana, al propio tiempo que lo habi-
litan para trabajar victoriosamente, sacando par-
tido de toda materia y de toda circunstancia,
puesto que el obrero no es allí un rutinario que
nada sabe ni puede fuera del alcance de la voz
de mando, como resorte de una máquina, sino,
al contrario, es el hombre consciente, apto para
justipreciar con criterio autónomo cada oportunidad
y evaluar cada elemento ambiente, para deducir
el mejor partido en todo momento: ésta es la
forma ideal de la civilización moderna.
El escollo que en estos países se ofrece al
desarrollo industrial, es la falta de experimenta-
ción. Ésta es la que, al revelar los secretos de la
industria, decide la aplicación de los capitales,
porque da seguridades sin las cuales aquéllos se
u PEDRO FIGARlJ INDUSTRIALIZACIÓN DE LA AMÉRICA LATINA] j AUTONOMÍA Y REGIONALISMO □ 3
abstienen cauta y juiciosamente. La única con-
clusión lógica a deducir de este hecho, es que
debemos estudiar y experimentar, para saber y
poder obrar sin riesgos.
La obra práctica, por excelencia, en estos paí-
ses tan ricos y poblados con razas de una ima-
ginación feraz, de un ingenio vivo, de grandes
elasticidades y típicamente apto para la asimila-
ción, es cultivar este tesoro, para poder disfrutar
de todos los bienes naturales y de las grandes
riquezas de la región, al propio tiempo que re-
cibamos las satisfacciones inefables que derivan
del esfuerzo triunfal. Hay que decidirse a cultivar
el ingenio industrial, como una fuerza insusti-
tuible, en forma práctica para que sea efectiva,
y hay que conducir esta obra por la vía más
directa y del modo más resuelto, sin perjuicio
de hacer sesudas selecciones a fin de preparar
los desarrollos más fructuosos, reformando y am-
pliando los métodos educativos de modo que
siempre puedan responder a las exigencias de
cada actualidad, no ya a las perspectivas del
mundo que se entreabre. Todo esto es inapla-
zable, porque es lo único que puede consolidar
nuestros progresos, de cualquier género, y acre-
centarlos seriamente; porque es lo que ha de
procurarnos el insuperable beneficio de la efi-
ciencia , tan respetable y fecundo, no sólo por
rij pitn amnpnl a nuestra riqueza, sino porque taml-
bién eleva nuestra dignidad y nuestra cultura.
Todavía nos envanecemos más de nuestros
progresos urbanos que de los rurales; sin em-
bargo, es hacia éstos que debe orientarse nues-
tro principal esfuerzo. Nuestras campañas de
Sud - América, con ser los órganos más vitales de
la economía continental, quedan somnolientos y
amodorrados, en tanto que otros trabajan y pros-
peran en territorios pobres y agotados. El ingenio
vivaz de nuestros campesinos queda inhibido por
su ineptitud productora, cuando no aletargado en
la rutina estéril o en la pasividad y en la qui-
mera, más estériles todavía: ese ingenio es una
fuerza a despertar y cultivar hasta que logre la
hacendosidad de la abeja. Nada hará más y me-
jor por el campesino que las disciplinas del tra-
bajo productor, hábilmente practicado, y remune-
rador por lo mismo, porque, al determinar el
orden, la diligencia y la previsión, — elementos in-
dispensables en toda forma industrial, — y al dise-
minar en el pueblo las saludables y prolíferas
gimnasias del trabajo constructivo, gradual, más
aún, progresivo, y al diversificarlo en las infini-
tas formas que puede asumir merced al espíritu
de empresa, que es uno de los frutos de estas
culturas prácticas, se propenderá a la consecu-
ción de beneficios integrales, lo cual es la medida
del anhelo de un pueblo consciente, y, por lo
propio, discreto. ¿Por qué los europeos y los
americanos del Norte han de tener el privilegio
exclusivo de hacer prodigios de intensificación
productora, y de engrandecimiento?
El día que hayamos ordenado y educado las
energías productoras de la campaña, por rudi-
mentaria que sea una y otra cosa, con ser bien
encaminadas, con eso sólo habremos dado un
gran paso en la línea de nuestra cultura y ha-
bremos decuplicado nuestra riqueza, puesto que,
al fin, prosperar es organizar, así como organizar
es educar: la obra más eminentemente previsora
y fecunda para los destinos de un pueblo. De
otra manera, viviremos en plena opulencia y es-
casos de recursos, con déficit sistemáticos, que
aquí derivan de la gran celeridad con que mar-
chamos, espoleados por la necesidad de incor-
porar mejoras y progresos debidos a nuestro
gran intercambio con todos los pueblos adelan-
tados, al propio tiempo que sólo juntamos las
riquezas que se nos ofrecen a flor de tierra, puede
decirse, las mismas que tienden a reducirse más
bien que a aumentar, y es así que los términos
de la ecuación: producción y presupuesto, van
en distinta progresión, la una se diría que es
aritmética, mientras que la otra sube geométrica-
mente. Este desequilibrio remediable momentá-
neamente por los arbitrios financiero®
va, sin embargo, dificultando la vida y la obra de
las nuevas generaciones incesantemente, y es
así que en vez de prever y prevenir dificultades,
va haciéndose la existencia cada día más ruda, en
pleno paraíso terrenal como es el territorio sud-
americano, lo cual hace más y más imperdona-
ble nuestra desidia.
Cuando he lanzado la idea de regionalizar nues-
tra obra, como obra americana, a algunos espí-
ritus deslumbrados en demasía por el brillo de
las culturas tradicionales del Viejo Mundo, ha
parecido una utopía, cuando no una insensatez,
dicho programa, que es sencillamente de buen
sentido. Fuera de que la autonomía es el único
atributo digno, del civilizado, se comprende que
no se trata de hacer tabla rasa de los preciosos
tesoros acumulados por el Viejo Mundo, ni por
nadie que haya hecho algo valedero en toda la
caparazón terrestre, sino, al contrario, de utili-
zarlos con criterio propio y no por imitación o
psitacismo, simplemente: eso es regionalizar, se-
gún lo entiendo, y eso lo aconseja la más san-
chesca cordura. En otras palabras: es trabajar
guiados por la propia mente, sin olvidar lo apro-
vechable que se ha hecho por quienquiera que
sea. Claro que esto implica tomar nota de las
peculiaridades ambientes, y más claro aun que
PEDjfO FIGARI INDUSTRIALIZACIÓN DE LA AMÉRICA LATINA □ AUTONOMÍA Y REGIONALISMO i J
esto, es una necesidad y una ventaja, además de
ser obligado por la propia dignidad de una raza.
En tal orden de ideas, yo no me atrevería a
pronunciar la enorme injuria de que estos pue-
blos son-- inferiores a los demás, bien que piense
que tienen menos culturación, por estar menos
organizados y menos disciplinados en el trabajo
productor, y en esa inteligencia es que propongo
que se organicen para disciplinar sus aptitudes
y energías convenientemente, seguro de que con
su despejo, y sobre la base de sus riquezas, de
su fauna y de su flora, de su arqueología autóc-
tona, de invalorable aprovechamiento industrial,
eso sí, inequívocamente, con su ágil ingenio y
demás aptitudes latentes, pueden, como otro cual-
quier pueblo de la tierra, esperar rendimientos
económicos, sociales y morales en su empresa.
Apenas se apliquen severamente a esgrimir sus
aptitudes y recursos, adecuándolos a sus nece-
sidades y aspiraciones, así como a su ambiente
y a su estructura, han de demostrar que son
también capaces para concurrir a la obra general
de la civilización, con eficacia y con honor. He
ahí mi postulado, y, en verdad, nada engarza
mejor en el ideal americano.
Pueblos de idéntico origen, de necesidades y
aspiraciones idénticas, hasta por la propia distri-
bución de sus riquezas, complementarias, deben
peración, así como deben encaminarse a con-
quistar su eficiencia. ¿ Qué otro ideal superior
pueden ostentar estos pueblos? Hay que formar
conciencia sobre este punto angular, porque sólo
una comunidad de ideas, bien firme, puede per-
mitirnos afrontar tan grandes realizaciones. ¿Qué
significado mejor tendría el panamericanismo, si
esto se excluye de su significación?
En esta obra, que encaja admirablemente en las
orientaciones cardinales que señalan los aconte-
cimientos, como las más auspiciosas y superiores,
por la que los pueblos de esta región adoptan la
paternidad de sus destinos en todos los campos
del pensamiento y de la acción, obra de cons-
tructividad progresiva, destinada a plasmar las ca-
racterísticas propias de la raza, nadie queda
excluido. .. ¡ni nosotros mismos!, como ocurriría
si dejásemos librada la empresa de nuestra indus-
trialización a las iniciativas del Exterior, y a su
dirección : eso es lo que anularía fatalmente nues-
tra individualidad sudamericana, y desleída por
nuestro pasivismo en las corrientes extrañas que
se introducirían a destajo, quedaríamos, como lo
estamos ya un poco, con una personalidad más
refleja que propia.
Si América ha de ser para los americanos, lo
primero que debemos hacer es marcar el paso
en la marcha de los progresos mundiales, tra-
tando de concurrir a ellos, por nuestra parte
también, a fin de no quedar definitivamente redu-
cidos al papel de simples parásitos de la civili-
zación.
Como tuve el honor de ser encargado por la
Administración anterior de programar la organi-
zación de la enseñanza industrial, así como tuve
oportunidad de someter dicho plan a ensayo
práctico con resultados satisfactorios, pienso que
aquel programa, en sus líneas generales, es apli-
cable a todos los países de esta región. Espero
i.ue algo ha ue servir al dilucidamiento de este
il ii i i Awl A ^O OrmrrCHF ^y -ere
y será muy honroso para mí que se tome de
Hgún modo en cuenta, aunque sea como una
contribución inicial.
Apelando a su reconocida ilustración y patrio-
tismo, así como a sus sentimientos panamericanis-
tas, reitérale las expresiones de mi mayor conside-
ración, y quedo de vd. atto. S. S. y afmo. amigo.
Montevideo, Marzo 10 de 1919.
Casa de vd.. Misiones. lóSl.
Pedro Figari.